Desde muy pequeña comía muchos dulces y golosinas
que había en el refrigerador, porque me daba miedo y tristeza estar sola en
casa, pero también me asustaba el mundo exterior. Me atemorizaban las personas
y comer me ayudaba a alejar el miedo y evadir las cosas que veía en otros: los
cuerpos hermosos de mis hermanas y lo alegres que se veían cuando salían a sus
fiestas; yo me sentía insignificante y desde esa edad, más o menos 4 o 5 años,
comencé a verme gordísima. Sentía que era enorme; todos me decían que era
grande porque era muy alta para mi edad, y yo entendí el grande como gorda. Y
aunque sentía que en cada bocado me inflaba como globo, no podía dejar de
comer.
Nunca me gustó verme en los espejos ni ir
a la playa porque con traje de baño me sentía enorme. Mi concepto de belleza
eran las modelos y las actrices que veía en televisión o mis hermanas, pero no podía dejar de comer para tratar de
parecerme a ellas. No quise fiesta de 15 años porque estaba segura de que en el
vals ninguno de mis chambelanes iba a poder cargarme. Cuando años después comencé
a drogarme encontré que las drogas me causaban una sensación de amor,
tranquilidad, paz y sosiego, sobre todo la mariguana, y además lo mejor era no
comer para que el efecto durara lo suficiente. Así empecé a bajar de tallas y
de peso y sentí que había encontrado lo que tanto buscaba. Noté que sobresalían
las costillas y los huesos de la cadera y de las clavículas y me sentía feliz;
soñaba con que incluso la grasa de entre los músculos desaparecería si continuaba
drogándome y dejando de comer. Cuando comía, tragaba lo más pronto posible para
no oler la comida, y también me gustaba que si no comía no tenía que orinar ni
defecar, cosas que me dan mucho asco. Pensaba que al no comer no desperdiciaba
la droga que me metía, pero además al fin sería yo muy hermosa.
Algunos de mis compañeros de clase
intentaban lanzarme indirectas de que estaba yo demasiado delgada, pero yo
pensaba que querían que fuera gorda, que me odiaban por tener el cuerpo que
ellos jamás podrían tener; en ningún momento se me ocurrió que pudiera morir por
no comer o por no tomar agua.
Cuando estuve en la Casa Hogar de la Buena
Voluntad, AC, tenía miedo de comer todo lo que había en el menú del día, porque
pensaba que la comida me iba a lastimar, pero también me da miedo no comer
porque la nutrióloga dice que es importante para mi salud. Sigo teniendo miedo
de comer o de no comer; por hoy solo sé que debo comer al menos tres veces al día
como en la casa hogar. Con apoyo del grupo espero trascender este problema que
todavía hoy me hace sufrir en la alimentación y todos los aspectos.
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